De izquierda a derecha: Esther García, yo y Mariví Salas
Mariví Salas Venteo fue la encargada de acompañarme en la presentación de Lugares que nos habitan el pasado día 4 de junio en el Centro Cultural Valey de Piedras Blancas. Sus palabras me emocionaron. Os las dejo aquí:
No sé si a Marta le gustaría que empezara a hablar de su libro presentando su currículum literario, ese que dice que es licenciada en Filología y docente y que ha participado en diversas publicaciones y revistas literarias o que obtuvo el Premio Carreño Miranda de Poesía siendo apenas una adolescente y el de “Relato mínimo Diomedea” hace cuatro años. A lo mejor a ella le gustaría que empezara así, pero su libro y su persona me sugieren presentarla a retazos, como las conversaciones que hemos ido teniendo entre el espacio laboral y el ocio.
La primera vez que Marta me habló
de sus cuentos lo hizo sin querer, de forma cotidiana, casi como comienzan sus
historias, en nuestro lugar de trabajo.
Ella estaba insegura y no sabía si aquel cuento titulado La gotera “estaría a la altura”; a la altura ¿de qué? –le pregunté
yo–, de sus grandes autores, esos a los que tanto admira: “Kafka me cambió la
vida” –me confesó–.
Leí aquella primera historia y
desde mi humilde opinión de lectora
aquel comienzo inquietantemente sencillo me atrapó: “La casa tenía una gotera
que caía –plot, plot, plot–“ y a continuación me sorprendió la imagen
que comparaba el sonido de aquella
gotera con “el corazón de un hombre de hojalata”. A partir de aquí ya no pude
parar de leer el cuento; había creado tensión y expectación.
El resto de los cuentos me parece que siguen
la misma línea: un comienzo directo, una acción cotidiana que esconde una
historia compleja; quizá porque así es la escritora, una persona cercana, que
esconde pensamientos profundos (como dice ella “en mis cuentos saco a pasear
mis demonios”), miedos y reflexiones que quedan capturadas en potentes imágenes
escritas, como la de las agobiantes moscas de su último relato; las ves
bebiendo en un charco de sangre que deja la herida de la protagonista y a la
escritora le parecen “reses a la orilla de un río”.
Sus imágenes tienen esa capacidad de sugerir para
transformar la realidad; otras veces, sus metáforas nos evocan
sensaciones tan plásticas que casi se
pueden tocar, como la maleta que lleva la señora Devereaux, la protagonista de
su tercer relato: ”era una maleta de cuero negro –cuarteado y fruncido como un
alga–“ o sirven para dibujar un
personaje con cuatro trazos; su hijo era
“un adolescente pálido y encorvado como un colmillo de elefante”.
Todos los cuentos están llenos de
estas mágicas asociaciones,
reminiscencias kafkianas y fantásticas, poéticas y sorprendentes porque mezclan elementos de una cultura moderna y
actual con seres de una era mitológica; “sobre la mesita, un portarretratos
vacío como un cíclope ciego”. En el fondo de
ellas creo que aflora esa poeta que reescribe de esta manera su poesía.
En cuanto a los temas que trata,
son sus propios temas y preguntas; ella misma me comentó que si escribe es porque
lee, porque le gusta contar historias y porque le gusta preguntarse el porqué del comportamiento de las personas, de su forma de relacionarse entre
ellas y su entorno: “¿Qué sería yo si no fuera yo?”. En esta pregunta que se
hace la autora está el germen de su cuento preferido, La señora Deveraux. Todos
los grandes temas que nos preocupan
están en estas historias : la incomunicación, el miedo a enfrentarnos a la
parte desagradable de la realidad en Desapariciones,
el rechazo cruel hacia el diferente en Monstruo, la preocupación por equilibrar
el amor y el respeto hacia el espacio del otro en Pomelos y tampones, y en todos, existe el contraste entre la luz de
esa vida sencilla , cotidiana y ordenada,
y la oscuridad de un pensamiento atormentado que la cambia; una familia afortunada, una pareja
aparentemente perfecta, la rutina cotidiana de Watanabe que todas las noches se
sienta frente al televisor comiendo una naranja “y con un plato sobre las piernas para no manchar nada”; en
todas estas vidas tranquilas irrumpe de repente el desorden, la obsesión, la
fantasía y rompen la realidad dejando al
lector descolocado, aturdido y lleno de preguntas; y lo hace así condensando tanto desasosiego en unas pocas palabras como exigen los
grandes relatos; así pasa con las grandes lecturas que no te dejan indiferente
, como le pasó a ella con Kafka, cuyo comienzo impactante ya no pudo olvidar.
Pero el gran tema que une a todos
los relatos es la influencia de los espacios, todos los cuentos se reúnen en su
título inicial Lugares que nos habitan.
Son esos espacios subjetivos que atrapan
a los personajes, física y sicológicamente; espacios que los separarán
como a los protagonistas de su primer
relato, Voces, o que los asfixian como a la familia feliz de Un poco de intimidad; aquí no hay
lugares abiertos; todos oprimen a sus
habitantes, tarde o temprano.
Este mosaico de contrastes suena a verdad, a lirismo y a emoción; el
caos está en la realidad, parece que nos quiere contar, como el lado oculto del iceberg que surge cuando menos te
lo esperas, pero que se acepta como
parte de la vida.
Aunque suene paradójico, me
gustaría terminar esta presentación con alguno de los comienzos de las
historias de Marta porque deseo con ello
que su originalidad y su capacidad de sugerir les lleve, como me pasó a
mí, a seguir leyendo y que les transmita
esa emoción y les saque, por un momento, de la
prisa cotidiana y les deje un
poso de inquietud y reflexión porque creo, como dice en su título, que este
libro es un espacio que te habita y te atrapa:
“Watanabe tardó en darse cuenta
de que había una mujer viviendo dentro de su armario”, “Gabriel hacía
desaparecer las estaciones de tren y muchas otras cosas”, “solía quejarse de
frío cuando aún estaba vivo” o en el principio del último relato
nos cuenta que “la primera mosca
salió por el grifo de la cocina”, y ya no tenemos opción, estos principios han
avivado nuestra curiosidad parar continuarlos.